
Por Roberto Neira, alcalde de Temuco
Las elecciones municipales y de gobernadores del 2025 han dejado una lección clara: el progresismo chileno mantiene raíces profundas en las comunas, pero su fragmentación amenaza con debilitar su futuro. Hemos visto triunfos contundentes en ciudades emblemáticas donde las comunidades han reafirmado su confianza en proyectos de gestión progresista, moderna y cercana a las personas.
Sin embargo, también hemos visto cómo la pérdida de capitales simbólicas como Santiago y Ñuñoa nos recuerda que la ciudadanía ya no responde a etiquetas ni nostalgias ideológicas. La gente busca certezas, gobernabilidad y soluciones reales. Y ese debe ser el nuevo lenguaje del nuevo progresismo chileno.
Pero, no basta con conmemorar las victorias locales: es hora de proyectarlas en una visión de país. Una visión donde la seguridad, el crecimiento económico, la equidad social y la modernización del Estado no sean temas tabúes para nadie. Donde podamos mirar de frente a la ciudadanía y decir que el progresismo no es sinónimo de ingenuidad, sino de responsabilidad.
Chile necesita un nuevo progresismo unitario, moderno y valiente, que convoque a todas las fuerzas de centro e izquierda democrática bajo un proyecto común. Que tome las mejores lecciones de la Concertación, de la nueva mayoría, pero las proyecte hacia el siglo XXI, con una nueva generación de liderazgos que comprendan los desafíos del crimen organizado, la inteligencia estatal, la ciberseguridad, la migración, la crisis climática y la transformación tecnológica.
Es hora de dejar atrás la atomización y los personalismos. El primer paso en esa dirección debe ser una fusión entre el PPD, el Partido Radical y el Partido Liberal, que siente las bases de una alianza amplia que convoque también al socialismo y a la Democracia Cristiana. Solo así podremos construir una coalición fuerte, moderna y con vocación de mayoría. Un partido que sea el ancla de gobernabilidad y de estabilidad institucional que Chile necesita.
Esa nueva plataforma —a la que podríamos llamar simplemente Nuevo Progresismo— debe abrir sus puertas a liderazgos diversos, como los alcaldes Claudio Castro de Renca, Tomás Gárate de Puerto Varas, Ítalo Bravo de Pudahuel, Alí Manouchehri de Coquimbo, Eduardo Saavedra de Talcahuano, Mario González de Padre Las Casas y tantos otros con visión de futuro y sensibilidad social, pero también con una mirada pragmática de país. Chile no puede seguir dividido entre extremos que se paralizan mutuamente; el futuro está en el encuentro del progreso con la seguridad, del desarrollo con la equidad, del Estado fuerte con la libertad individual.
Los jóvenes deben sentirse parte de este proyecto. Deben encontrar en él un espacio donde sus ideas, su diversidad y su energía sean escuchadas y representadas. Porque el futuro progresista no se trata solo de mirar hacia atrás con nostalgia, sino de construir un Chile que mira el horizonte con optimismo, con innovación y con justicia.
Y desde luego, este proyecto no puede tener ambigüedades éticas: no toleramos las dictaduras de ningún color ni los regímenes que violan los derechos humanos. La democracia, las libertades individuales y la dignidad de las personas son principios intransables de cualquier proyecto que aspire a llamarse verdaderamente progresistas. Para que en momentos donde la democracia corra riesgos, las personas libres y con consciencia democrática salgan en su defensa. El progresismo nunca estará fuera de la democracia.
El mundo avanza en esa dirección. En América Latina, la nueva “ola rosa” ya no se define por dogmas, sino por resultados. Claudia Sheinbaum en México representa un socialismo moderno, con eficiencia y transparencia. En Canadá, Soraya Martínez Ferrada, de raíces chilenas, simboliza el éxito de una política progresista, integradora y liberal. En Uruguay, el Frente Amplio sigue siendo ejemplo de unidad en la diversidad. ¿Por qué en Chile no podríamos construir algo semejante?
Un caso interesante se dio también en Nueva York, con Zohran Mamdani, integrante de los Socialistas Democráticos de América y aliado político de Alexandria Ocasio-Cortez. Mamdani logró mantener un fuerte respaldo en su distrito, impulsando un discurso progresista centrado en vivienda, justicia racial y transporte público, pero con un tono pragmático que lo ha llevado a ser reconocido más como un gestor comunitario que como un ideólogo. Su éxito refleja una tendencia global: las nuevas generaciones apoyan propuestas de izquierda que conectan con los problemas reales de las personas, sin discursos extremos ni desconectados de la vida cotidiana.
Tenemos historia, tenemos liderazgos, tenemos territorio y tenemos convicción. Pero lo que nos falta —y debemos construir— es un relato compartido de país. Uno que diga con claridad: queremos más igualdad, pero también más orden; queremos justicia social, pero también eficacia estatal; queremos un Chile diverso, pero unido en torno a un proyecto nacional.
Esa es la misión del progresismo chileno en la próxima década. Y debe comenzar ahora. Desde los municipios, desde los territorios, desde las regiones. No podemos seguir mirando el futuro con el espejo retrovisor de los años noventa, ni con la rigidez ideológica de los extremos.
Chile necesita una nueva mayoría progresista. Una que dialogue con todos, que gobierne con todos y que se atreva a pensar el país de los próximos treinta años. Una que entienda que seguridad y justicia social no son opuestos, sino las dos caras del mismo proyecto de bienestar.
Es tiempo de unirnos. Es tiempo de construir un Nuevo progresismo para el Chile del futuro.
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