

Marco Antonio Pinto. Ex director del diario El Mercurio de Valparaíso y quien fuera también director de El Diario Austral de La Araucanía por 14 años. Profesor de Estado en Pedagogía en Castellano de la Universidad Católica del Norte, Antofagasta; Periodista, Universidad Católica del Norte, Antofagasta. Es miembro de la Academia Chilena de la Lengua, correspondiente a la Real Academia de la Lengua.
A mi derecha y a mi izquierda había viñas y olivos, todavía no se había vendimiado y las uvas colgaban, pesadas, apoyándose en el suelo. El aire olía a hoja de higuera. Una viejita que pasaba se detuvo, apartó de la canasta que llevaba algunas hojas de higuera que la recubrían, eligió dos higos y me los regaló.
-¿Me conoces, abuela? –le pregunté.
Ella me miró sorprendida: -No, hijo mío, ¿tengo que conocerte para darte algo? Tú eres un ser humano. Yo también; ¿no basta con eso?
Se rio, con una risa fresca de muchacha y siguió su camino.
Los dos higos rezumaban una gota de miel. Creo que nunca he gustado otros más sabrosos. Mientras los comía, las palabras de la vieja me llenaban de frescor: tú eres un ser humano, yo también ¿no basta con eso?
…
Cada cierto tiempo regreso a este libro. Ahí encuentro pequeñas y grandes lecciones, gotas de sangre, pasiones, ideas… “Todo hombre digno de ser llamado hijo del hombre, carga su cruz sobre sus hombros y sube a su Gólgota”.
Este libro es mi biblia laica, y va conmigo desde hace mucho tiempo. Y fue recordando el caso de Hernán Calderón Argandoña. Y fue que lo imaginé al muchacho y lo vi entristecido, desorientado, viviendo la soledad oscura, sufriendo, imposibilitado de reconocer el color del cielo y el firmamento, todo en medio de un silencio abrumador, silencio que debe ser peor cuando cae la noche.
Fui, entonces, a mi libro, “Carta al Greco”, de Niko Kazantzakis, intentando encontrar allí la explicación a una vida que caminó hacia el vacío y que cayó al vacío. Y no se trata de ese estado que nos revelan los existencialistas sino de aquel otro que pareciera ser el final del camino, tránsito desde el purgatorio al infierno, indeseable puerto de llegada, insoportable manera de estar en la vida.
Pues bien, esto es lo pertinente que encuentro en “Carta al Greco”:
Una fiera ciega, incoherente, que tiene hambre y no come, que tiene vergüenza de comer, que no tiene más que hacer una seña a la felicidad que pasa por la calle y se detendrá de buena gana, y no hace esa seña, que abre el grifo y deja que el tiempo corra infructuosamente y se pierda, como si fuera agua, una fiera que no sabe nada que es una fiera, he aquí la juventud.
Tal es, a mi entender, el retrato perfecto de Hernán Calderón Argandoña. Y habría poco más que agregar, esperando que cada cual elabore sus interpretaciones porque, digo con Niko Kazantzakis aquello de un místico musulmán que tenía sed y echó su cubo a un pozo para sacar agua y beber. El cubo subió lleno de oro; lo vació. Volvió a echarlo y esta vez el cubo subió lleno de plata; volvió a vaciarlo. –Dios mío –dijo- yo sé que estás lleno de tesoros, pero dame solo agua para beber, tengo sed. Echó de nuevo el cubo, sacó agua y bebió.
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